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Carta de mi prima venezolana (hija de exiliados políticos de la
dictadura uruguaya) en la cual nos explica a la familia la grave situación en
Venezuela en estos días. Recomiendo su lectura.
Eso de la foto fue antes de que empezaran las protestas en
Venezuela. Claro que yo no iba a a protestar, no porque no sobren razones, sino
porque me parecía que se estaba llamando a tumbar el gobierno. Entonces fue
cuando otra vez, otra muchacha de la universidad en el Táchira fue atacada por
unos malandros en pleno día, estuvo a punto de convertirse en otra de las
decenas de miles de personas asesinadas por año en Venezuela (las cifras son
oficiales), y los muchachos dijeron basta. Y salieron, protestaron, se portaron
mal, quemaron cauchos, trancaron calles. Agarraron a unos cuantos, y los
mandaron, sin proceso alguno, directamente a la cárcel de Coro a mil kilómetros
de distancia. En una de esas demostraciones del surrealismo venezolano a las
que nos hemos acostumbrado últimamente, los presos hicieron una protesta
violenta y dijeron que esos muchachos no podían entrar en la cárcel, aquí solo
hay criminales, dijeron, los estudiantes no deben estar aquí.
Así empezó todo, y aquí en Mérida esa misma tarde estaban
protestando los estudiantes. Y salió Leopoldo López a llamar a una marcha.
Tampoco iba a ir, no me gusta nada Leopoldo López, aunque tengamos enemigos
comunes, y pienso que Henrique Capriles tenía mucha razón y mucho valor en
llamar a que no se saliera a descargar la frustación sin ton ni son,
arriesgando la vida de los estudiantes. Pero resultó que la noche anterior a la
marcha salieron con mas fuerza que nunca los llamados “colectivos”. En Mérida
se llaman Tupamaros. Todos los conocemos. Tienen motos, andan de a dos. El de
atrás lleva el arma. Se cubren la cara. La mayoría viven en unos edificios que
antes eran residencias de estudiantes, y donde ahora la policía no entra.
Tienen también un “brazo civil”, digamos, que participa en las elecciones. Esa
tarde salieron, rompieron las puertas de un edificio donde viven varios amigos
míos, entraron con las motos. Disparando. Así en varios edificios donde viven
estudiantes que salen a protestar siempre. Se pasearon por la ciudad, y las
“ballenas” anti disturbios de la policía venían detrás de ellos apoyando. El
patrón se ha repetido en todos estos días de manifestaciones en todo el país:
sueltan a los colectivos adelante, con las motos, armados, y la guardia
nacional viene atrás. Lo que pasa es que yo vivo aquí en Mérida y eso no lo vi
en una foto de twitter: lo vi.
Por eso yo fui a la marcha, vestida de blanco como todos. No porque
hay una conspiración del imperio para tumbar a Maduro en la que yo participo,
ni porque me convencieron con un folletito de la CIA de dejar de ser la hija de un exiliado
político de la dictadura uruguaya para convertirme en una fascista de la
ultraderecha, para usar el término con que me llama nuestro presidente. Salí,
con miedo eso sí porque las balas no me gustan, a decirles a los criminales de
las motos que la ciudad no es de ellos, es nuestra, que podemos caminar por sus
calles cuando queremos, que no pueden decirnos con sus motos y sus pistolas
adónde no ir. Salí porque si mi padre estuviera vivo, habría salido conmigo del
brazo con los estudiantes. Y fue hermoso, y cantamos, y se nos unió toda la
ciudad en la manifestación más grande que se había visto hasta entonces. Y entonces
vino la noche, y de nuevo salieron las motos. Me llamó una amiga, atrincherada
en su apartamento: vienen los “tupas”, y la policía los proteje, y quién nos
defiende a nosotros.
Los tupas. No escogieron el nombre por casualidad. Lo escogieron
sabiendo que hay muchos, demasiados, tristes intelectuales de la así llamada
izquierda latinoamericana, para quienes el discurso y el nombre lo es todo.
Usted dice tupamaro, y ellos piensan en los torturados de la dictadura
uruguaya, no en los muchachos que salieron ayer mostrando las heridas que la Guardia Nacional
Bolivariana les hizo cuando los detuvo. Son el tipo de gente que si usted le
dice guerrillero, ellos piensan en un joven buenmozo de barbita con una boina
negra y su estrellita blanca, no en un anciano narcotraficante colombiano sin
escrúpulos que es capaz de secuestrar niños para llevarlos a pelear a la selva.
Son el tipo de gente que piensa que Chávez nacionalizó el petróleo venezolano y
nunca se fijaron en la fecha. Son gente a la que usted les dice que los
políticos venezolanos de oposición no salen en ninguna televisión venezolana
desde hace meses porque está prohibido, y dicen: ah, pero. Y uno sabe que si
mañana en su país prohibieran aparecer a los políticos de oposición, se
indignarían. Que no estarían contentos si supieran que la tercera parte de los
ministros de su país son militares, que oficialmente no hay separación de
poderes, que el jefe del ejército juró que la oposición jamás ganaría una
elección en este país, que la presidenta del Consejo Nacional Electoral celebra
todos los años el aniversario del golpe de estado que quiso dar Chávez, y me
paro porque la lista es larga.
En este momento en las calles de Venezuela está ocurriendo una
tragedia. No es que hay disturbios y la policía antimotines dispara bombas
lacrimógenas y muere alguno, no es eso, que lamentablemente pasa en todo el
mundo a cada rato. Es que hay grupos armados financiados por el estado,
disparando y matando. Y hay una censura informativa total. Debería bastar que
se supiera eso, debería bastar saber que en Táchira cortaron internet y
sobrevuelan las ciudades aviones de guerra, que cerraron las emisoras de cable
que daban noticias, debería bastar saber que están atacando a los periodistas,
que hay estudiantes muertos, para que el intelectual de izquierda levante por
fin los ojos de su enésima edición de “Las venas abiertas de América Latina” y
mire alrededor, descubra que el siglo es el 21, que el muro de Berlín cayó, que
los muchachos de la
Sierra Maestra envejecieron y ahora no dejan a sus nietos
gobernar, ni escribir un periódico nuevo, ni salir de su país, ni fundar un
partido político, ni gritar abajo el gobierno. Que si en Venezuela no hay ni
pan ni medicinas ni leche no es porque Obama está conspirando día y noche contra
nosotros. Que somos perfectamente capaces de hundir económicamente un país sin
ayuda de ninguna transnacional imperialista. La gente aqui piensa que los
gobiernos latinoamericanos no dicen nada ante las atrocidades de este momento
en Venezuela porque tienen intereses económicos. Yo pienso que no, yo pienso
que es por la misma razón por la que se sacaron la foto aquella: porque viven
en el siglo pasado.
Sí, Maduro dice que yo soy una fascista violenta de la ultraderecha
que esta en una conspiración internacional para tumbar su gobierno. Que lo
diga. Yo mañana vuelvo a salir con los muchachos, a exigir al gobierno que
desarme a los colectivos, a decir que las calles son nuestras, a recordar a la
estudiante que murió con una bala en la nuca, a darle fuerza a la otra que
perdió un ojo. Y saldré con el mismísimo exacto orgullo, inocencia y alegría
con que salen todos los estudiantes de América Latina a gritar viva la U , viva la Universidad , muera la
bo, muera la bota militar. Y no, no les voy a explicar a los izquierdistas
nostálgicos lo que pasa, ni les voy a mostrar los videos y a jurarles que es
verdad, ni me voy a sentar a discutir con ellos cosas tan elementales como el
derecho a la libertad de expresión, porque estoy, estamos, hartos. Está a la
vista, mírenlo, mírennos. Estoy segura de que habrá (que hay) muchos que
entiendan, y que esos no nos dejarán solos.